¡Qué rico huele después de que ha llovido! Me recuerda las tardes en el rancho, cuando mis hermanas y yo nos dedicábamos a preparar el pan para la cena. Mi madre, que es sabia, además de discreta y eficiente, nos ponía a trabajar en equipo mientras ella nos supervisaba desde lejos. Hacíamos pan salado, deliciosas galletas (mi especialidad) pan dulce para hacer “chuc”, pays con los mangos y mameyes que cosechábamos, pasteles para las festividades, y deliciosos panes de plátano, manzana o elote según fuera la temporada.
Me da ternura recordar a las tres hermanitas pasando horas y horas entre harina, latas para hornear y rodillos para estirar la masa. Lo que ahora hacemos en pocos minutos en ese entonces nos llevaba horas. (Algo muy ventajoso para la mamá, que de esa manera nos tenía entretenidas). Recuerdo que más de una vez lloré de cansancio y frustración cuando después de tanto esfuerzo, y al sacar el pan del horno notaba que se me había olvidado ponerle el polvo de hornear, o aquella vez que se me cayó la masa del volteado de piña que estaba preparando.
Aprender a hacer pan me ha enseñado muchas cosas. Una de ellas, que soy perfectamente capaz de escribir un libro, pues durante varios días de lluvia a causa de una depresión tropical, me dediqué a poner por escrito todas las recetas de la familia, a mano, dibujos incluidos. Otro aprendizaje es, que lo que cuesta mucho trabajo al principio se convierte en algo sencillo más adelante. Además, aprendí que lo que está escrito en forma de instrucciones puede convertirse en una riquísima realidad. Eso es lo que yo llamo autorrealización y que actualmente en docencia se llama “adquisición de competencias”. No menos valioso es aprender que cuando hay algún niño en la casa, la forma más entretenida y útil de hacerlo feliz es ponerse a preparar con él unas galletitas (luego me preguntan por qué tengo tanto éxito con los niños, he aquí uno de los secretos). Y bueno, después de esas exhaustivas sesiones de panadería, ahora nada que represente meterme a la cocina me significa agobio alguno. Claro, si me dan a elegir entre cocinar o leer, o hacer galletas y escribir, pues…las letras le sacan mucha ventaja a las harinas, a menos que se trate de combinar ambas cosas, como lo testifican mis libros más amados con algunas manchas de mantequilla por aquí o por allá. (Consecuencias de cocinar y leer al mismo tiempo). En fin, ahora que he saciado mi necesidad de escribir, voy por unas galletitas.
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