martes, 18 de noviembre de 2008

Me gusta pensar ahora que paso los treinta, que he dedicado mucho del tiempo pasado a estudiar literatura, filosofía y religión, pero lo que más me gusta es la síntesis que he sacado de mis incursiones en estos temas. Me siento con mayor paz respecto a la vida, la existencia y la sociedad. He sido una derechista convencida y una izquierdista enamorada, pero ahora sólo soy una mujer que también es espiritual que también es comunidad y que también es familia. Sé que no puedo vivir si me desconecto de mi lado creativo y que éste se puede desarrollar en el arte mismo o inclusive en lo doméstico. Conservo y avanzo, he roto esquemas y me liberado de estructuras demasiado rígidas para mí, no sigo modas ni pertenezco a ningún estrato social estereotipado. Me gusta ponerme vestidos y usar el pelo corto, la ropa hecha en casa y las excelentes prendas que adquiero en las baratas. A veces puedo ponerme mi hipil y al otro día mallones, y sigo siendo yo misma.

Tal vez sea que vivo en una ciudad hermosa como es Mérida, o tal vez sea por haber crecido rodeada de gente de buena voluntad, o porque mis amigos son la gente más generosa y comprometida de quienes tenga yo noticia, pero CREO en la gente, en su capacidad de amor y de desarrollo personal, creo en la solidaridad, en el apoyo y en la alegría de convivir. Creo que los niños son maravillosos aunque mis amigas sientan que soy muy firme con ellos, lo cierto es que a mis sobrinos les gusto. Creo que los adolescentes son sorprendentes y admirables, y doy clases en primero de prepa desde hace más de seis años. Creo que los jóvenes son justamente idealistas y críticos y que los adultos tienen (tenemos) remedio y mucho que enseñar y que también aprendemos y modificamos lo que es necesario.


A unos días de cumplir años estoy conciente de que estoy en pañales en ciertas áreas de mi vida, lo que es excelente porque todavía tengo mucho que experimentar. Pero también sé que he remontado con duro esfuerzo situaciones difíciles, violentas, tortuosas. Pero no sólo soy una sobreviviente, no me gustaría quedarme en eso. Prefiero pensar que no he pasado por alto ninguna dimensión de mi vida, y tampoco la que implica crecer, fallar, disfrutar, compartir, crear. Soy demasiado apasionada para vivir en la paz indiferente que a veces se me antoja, soy demasiado emocional para no involucrarme en mi vida y en otras vidas con todo mi corazón, y soy demasiado física para quedarme colgada de mis sueños.


Porque intuyo que, antes de empezar esta ventura que me ha llevado más de treinta años, todo era como un sueño, pero he despertado para hacer mis sueños realidad. ¡Y lo estoy disfrutando!

sábado, 15 de noviembre de 2008

Hoy como a veces de repente no sé

Podría sentirme más feliz,
pero sucede que estoy cansada...
ha sido una semana larga e intensa
por no sé que ansiedad
una serie de alegrías
por supuesto mucho trabajo
y ciertos miedos.
Ayer tuve otro presentimiento.
Era muy noche ya
no sé porqué sentí que estaba en el desierto
quiero pensar que todo es mi cansancio
que no pasa nada y si no pasa nada, mejor
si la paz se queda en vez de la novedad
yo seguiré bailando y escribiendo
De pronto me parece que se fue la luz
y que está lloviendo
los semáforos no sirven
y no quiero patinarme
ni quedarme dormida
ni dar media hora de curso más
ni volverme a sentir desconectada
Mañana tal vez
si todo fluye
en una celebración más de mi vida
instalada en el amor más perfecto
de quienes son mis amigos
todo vueva a la paz
y yo duerma en mí misma
y me deshaga por favor
de las incertidumbres que no quiero pasar
ni una sola vez más ningún día

domingo, 9 de noviembre de 2008

Alzando la voz por la poesía


Ayer se inauguró el “foro semanal para la celebración de la palabra, el goce de la poesía” es decir, la lectura de poemas a micrófono abierto en Chocolate Café. Yo estaba más que entusiasmada con la idea…de todos es sabido que soy adicta a las galletas, los abrazos y los poemas, así que contaba las horas para este evento. Llegué con mi puntual inconveniencia de siempre, y saludé muy contenta a Fernando de la Cruz, a quien hace más de cinco años no veía. Mientras esperábamos que llegara los primeros asistentes me fui poniendo más y más nerviosa, pero una “nerviosidad” bonita, expectante, como la de las primeras citas.

El lugar muy a propósito, al aire libre, rodeados de paredes de piedra y plantas acogedoras, justo a la hora de la tarde en que ésta pierde su transparencia y la poca luz artificial empieza a cobrar protagonismo. Unas cuantas mesas redondas y el atril muy a la mano. En la mesa donde compartía mi nerviosismo con el anfritrión, llegó al poco otro Fernando, el autor de Y sintió mi Alma tu Desdén. Gracias a su amena plática pudimos relajarnos un poco e iniciar la lectura de poesía con una introducción a cargo del organizador del evento (Fernando de la Cruz, ¿ya lo había dicho?) en donde se recalcó la dinámica del mismo: “…todo quien lo desee puede asistir cada sábado de cinco a siete a leer sus poemas propios o ajenos. Todos los grupos literarios son bienvenidos. Los lectores deben irse apuntando en la bitácora de lecturas y se respetará ese orden. Se vale aplaudirle a cada lector, apapacharlo, invitarlo al cine, pero no criticar su obra….los lectores regulares tendrán oportunidad de publicar su obra en una antología una vez que se haya reunido material suficiente”.

Después de estas palabras de bienvenida, pudimos disfrutar de un fragmento de Muerte sin fin, que escuché mientras admiraba la transparencia del vaso de agua que había ordenado Fernando Muñoz. Para entonces, aunque parezca imposible, mi sonrisa había crecido un poco más…y así me llegó el turno de leer, me puse de pie y me sentí muy cómoda frente a los asistentes, aunque no menos nerviosa. Saludé, platiqué un poquito sobre los poemas que leería, y me dispuse a leer a Luzmaría Jiménez, su hermoso poema Para Contar Cualquier Historia, cuyas frases por poco me hacen llorar una vez más:

Para contar cualquier historia vieja. Para que el tiempo
reconozca que sangre, o grito, o verso es vida.
Para decir tu nombre
y no caer en un proyecto de monotonía.
Para que las flores de Baudelaire encuentren
esa capacidad de asombro
y abrir al hombre una memoria compartida.
Para que las palabras que evitan desangrarse
pierdan esa solemnidad de pompas de jabón.
Para que este dolor de piedra y ala
que se alza desde el pecho hasta la luna
encuentre la cicatriz precisa.
Para que este miedo con percusión oscura
de campanas se seque al sol.
Para que esto y aquello no se nos vuelva añicos,
debemos usar algo la locura.

Detesto a las abejas desde niña
porque jamás poseerán los mares.

Pues porque necesito un poco de esta locura que se traduce en palabras pronunciadas en voz alta, y porque disfrutar de la poesía en comunidad es una actividad tan gozosa y estimulante que no puedo dejar ya de hacerlo, planeo regresar al Chocolate Café el sábado que entra. Se me ocurren mil poemas por leer, por supuesto, algunos míos. No me van a alcanzar los sábados para hacerlo. Ojalá que cada vez podamos compartir más.

jueves, 6 de noviembre de 2008

...

Por un momento casi me he quedado sin palabras, pero es de emoción y de no saber cómo procesar todo esto bonito que está ocurriendo en mi vida y a mi alrededor.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Sobre la vida en día de muertos

Mis amigos los comprometidos sociales me llamaron hace rato para recordarme que hoy teníamos reunión. Desde hace casi cuatro años tengo el privilegio de reunirme dos veces al mes con este grupo tan singular de gente cálida, profunda e inquieta. En esta ocasión, como la fecha lo amerita, hablamos sobre la muerte. Yo no tenía idea de qué quería compartir; es verdad que tres de mis abuelos ya fallecieron, pero los traté tan poco y esto fue hace tanto, que su evocación, sin dejar de ser importante, no parecía muy significativa en estos momentos.

Sin embargo la ausencia ( y según nuestra fe, la presencia) de seres queridos recién fallecidos fue muy sensible esta noche, pues casi cada uno de mis compañeros ha tenido pérdidas cercanas en los últimos meses. También contamos con la visita de unos amigos de España, padre e hijo, que vinieron a México a celebrar el paso a otra vida de la esposa y madre que falleció hace un año. Josete, que así se llama el viudo, nos compartió la enorme riqueza de poder celebrar con las tradiciones mexicanas este viaje de su esposa y de dos de sus hijas a otra vida.Y yo me puse a pensar en lo que me significa la muerte. Y la reflexión sobre la muerte me llevó a una reflexión sobre la vida:

Desde niña he luchado por la vida. Primero, porque le temía en mis sensibilidad de niña pequeña, después, por aquella enfermedad degenerativa y paralizante que me aquejó y que logré vencer, y más tarde, durante mi adolescencia y juventud, porque no sabía cómo vivirla.

Durante los años que sufrí depresión la Vida parecía como una meta lejana de la cual ya casi no recordaba sus colores y sabores, pero estaba segura de que estaba ahí, detrás del espejo empañado, y que volvería a sonreírme. Por fortuna, ahora no sólo me sonríe, sino que también me sorprende. Y cuando digo vida me refiero a esa energía, a esa renovada presencia de luz, a ese movimiento dinámico, esa creatividad generadora de oportunidades, a ese gusto por lo más cotidiano, a esa percepción de los milagros diarios.

Y es que ahora no siento que lucho, sino más bien, siento que es la vida la que me sale al encuentro y sorprende. A veces, cuando me da la tentación del desánimo y la inmovilidad, la vida se impone y vuelve la alegría. Es verdad que la muerte está presente. Ayer me enteré que murió la venadita que rescataron mis padres; hoy, que acaba de fallecer el papá de un primo mío. Hace rato, me di cuenta de que cierta ilusión está más que muerta. Y está el dolor, y el desánimo, y el breve instante de desesperación.

Pero por suerte la vida tiene fuerza propia: Abrazo a mis amigos y agradezco su existencia; me deslumbra la luz de los ojos de mi sobrina de dos años; canto a voz en cuello y bailo improvisadamente en la Noche Mexicana; muero de la risa platicando con mi amiga María; me concentro y disfruto los textos que escribieron mis alumnos.

Después de escuchar las palabras mojadas en lágrimas con las que mis amigos compartieron la fe en la vida, al evocar la muerte de sus seres queridos, y al constatar que la existencia de estas personas extraordinarias está marcada por la entrega y el compromiso consigo mismos, la familia y la sociedad, me volví a mi casa con una certeza que me expande el corazón: Esto que llamo vida no es la idea consoladora de lo que “hay que apreciar” para no pensar en los dolores de la existencia, no. Es una fuerza arrasadora, impositiva, cierta. Es algo más grande que todos nosotros, que supera lo que yo soy, sufro o alcanzo a disfrutar, es la Verdad que amo y que me mueve.