domingo, 28 de septiembre de 2008

Otras palabras para el amor


Un día de estos moriré entre una nube de insecticida. Planeaba sentarme en mi sala a escribir plácidamente, y en lugar de eso me pongo a perseguir mosquitos, quienes a su vez me persiguen a mí…¡Maravillas de las tardes de mi tierra, tan cálida y pintoresca!


Tengo ganas de ponerme lírica, pero el olor a “casa y jardín” del matamoscos no es lo más inspirador en este momento. Tengo junto a mí una antología poética hermosa, pero…¿por qué estos poemas de amor no me dicen nada? Tantas y tantas palabras conjugadas que no aciertan, hoy en mí, a crear “la magia” de la identificación, y mucho menos la de la inspiración.


Así que haré mi propio intento. Amor: un verano radiante a ritmo de tango; el refrigerador de mi casa lleno fruta; Carmen María y Maricarmen girando como las tazas de café en el microondas. (no es un símil poético, estábamos de hecho, imitando a las tazas). Eso es amor para mí hoy. Extrañar en paz, dormir en paz, despertar y escribir alguna simpleza en el facebook. El amor es mirar mis recuerdos con cariño, mirar mis fotos y ver que esa Carmen María que cuando era niña soñaba con estar enamorada y ahora vive ya no ese amor, sino con algo muy distinto, algo nuevo, algo que se sale del lugar común del enamoramiento y puede ser más y ser menos. Menos ilusión, más autenticidad, menos impulso, más sostenido. Un amor que se baja de la luna y da pasos (pero de baile) sobre la tierra, y que hace hechizos de magia blanca en lugar de mirar una y otra vez la bola oscura de la magia negra. Es, por supuesto, más que un sentimiento, nace y crece en torno a más de una relación, y va tejiendo realidades de múltiples dimensiones en donde puedo sentir a Dios.


Y me siento como más alta y más adulta, llena de colores y de dignidad, (una corona de flores en la cabeza). Y ya no espero el huracán ni con miedo ni con necesidad de todo ese viento y esa agua. Me quedo con el lago de agua fresca que traigo conmigo, me quedo con mi amor, el de todos los días, el de la certeza cuando todos me previenen de futuros naufragios, el de la alegría que no sólo hace eco en mí.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Desvergozadamente alegre

Estoy cansada…y fresca de acabar de lavarme el cabello y feliz de ver a Belílula (mi gata) jugar con las persianas de mi cuarto. Hoy un amigo y compañero de trabajo me dijo que me veo feliz, que irradio una felicidad contagiosa. Ahora mismo quisiera quitarme, como se quita una armadura, este cansancio de viernes por la tarde, y quedarme únicamente con el bienestar. Tuve una semana excelente, llena de satisfacciones, de sorpresas, de descubrimientos.


Y es que a la felicidad actual yo quisiera llamarle bienestar. Y sé que sería algo pesado hablar de mi bienestar de no acompañarle todo ese esfuerzo, pasado y presente, con el que apuntalo el estar bien ahora. Mi amigo Alejandro, quien ha alcanzado logros importantísimos en su carrera de músico, me decía el otro día que a veces la gente ve con envidia esos logros, y no se fija en el esfuerzo y los sacrificios que implicaron. Porque Alejandro ha apostado todo por su vocación y por su crecimiento, me constan su valentía, su estrategia y su lucha diaria. Algún día sé que le veré cosechando lo que ahora siembra, y entonces quiero verlo compartir descaradamente su satisfacción, como yo comparto ahora sin tapujos mi alegría.


En este momento Belílula está queriendo acostarse sobre las cartulinas que están sobre mi cama, le he tenido que aventar mi vaca de peluche para ahuyentarla, porque esas cartulinas son preciosas para mí. Me las dieron, llenas de agradables leyendas de despedida, mis queridas exalumnas teresianas, porque hoy concluyó el mes que suplí a su maestra de redacción en su colegio. ¡Qué experiencia! Esas chicas inteligentes y alegres, que están creciendo de una manera tan distinta a como yo crecí me enseñaron a despojarme de prejuicios y a admirar sus prioridades, su manera tan particular de dirigir su inteligencia, su encantadora superficialidad, su alegría auténtica.

Y ahora voy a encontrarme con mi mejor amiga, hablaremos de nuestra semana, de los variados e interesantes aspectos de nuestras vidas, de nuestras respectivas inspiraciones, de nuestros sueños.


Yo tengo un sueño y quiero compartirlo por escrito, no ahora, sino TODOS LOS DÍAS DE MI VIDA. Quiero comunicarme, irradiar, tocar con letras de colores algo más que las pupilas de esa gente que tanto admiro y amo: la humanidad.


...Quisiera bailar en un local cerrado, yo coronada no de esmeraldas y rubíes sino de musgos y hongos y alfileres. Para proclamar en el reino de las más solitarias ballenas mi dulce sueño con estas sobrecogidas palabras: pregono en voz alta el espanto que me produce la felicidad. Camilo José C.

Escribo por ti, por lo que nunca has dicho.

¿Desde dónde escribo? Escribo desde lo que soy, de lo que desconozco y no comprendo, desde lo que me afecta, es decir, desde lo que me rehace. Escribo para reconocer los desconocimientos que están ahí y ante los que no quisiera permanecer ciego. Escribo para imponerme cierta lucidez, para negarme al desconcierto." Tomás Eloy Martínez

Escribo como para sujetarme de una tabla que a veces es salvación y otras zozobra, muchas veces puente y otras veces es un peso muerto, o un arma, o simplemente una amenaza. Pero escribo en la libreta de mi materia, en mi diario de papel, en las cartas a mis amigos, aquí, en el sitio de Otra María, en mensajes de celular, en la palma de mi mano.

Lleno formularios y envío invitaciones, escribo icluso para los días oscuros de la letra muerta, cuando fuera del alcance de las palabras, no me quede otra que jugar un papel en la ausencia de la pluma. Quiero encontrar el hilo negro que marque el pespunte de estos pedazos dee mí. Algo que pueda leerme y decifrarme.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Brujas en mi casa


Jamás he acostumbrado colgarme nada del cuello. Me gustan los collares y tengo algunos lindos, pero al igual que las pulseras y lo aretes, llega un momento en que sólo quiero sacármelos de encima. Ahora que me fui de viaje encontré un cadena delgada con un dije de plástico. Es transparente y tiene rosas silvestres pintadas. Me encantó. Ahora lo tengo puesto y me siento como mágica, como poderosa. Cuando era niña y me moría de miedo por la posible bruja que vendría por mí, inventaba letreros mágicos que le indicaban que yo vivía en una dirección contraria a la de mi casa, a miles y miles de kilómetros de distancia. Así podía sentirme aliviada por un rato. Después, una bruja de verdad: Catita, me regaló una muñeca de trapo. Me dijo que si dormía todas las noches con ella me sentiría a salvo. No siempre me sentí a salvo, pero Perla me acompañó durante muchos años, mudanzas y viajes de paseo.

Después de tantos cambios de domicilio ahora sé que mi casa es el lugar en donde me sienta segura. ¿Un patio oscuro y húmedo, amplio y con olor a hierba? ¿Una habitación luminosa en donde se escuchen risas? ¿Una hoja en blanco y una caja de colores de esas que tienen una Blanca Nieves estampada de un lado y una bruja amarilla del otro? ¿Una capilla que huela escandalosamente a nardos y a mujeres de pueblo? ¿Mi casa es una tela de algodón con la que se puede vestir muñecas, hacer cortinas nuevas o sacar cuatro trapos de cocina; es una caja de galletas? ¿Es el ronroneo de mi gata o el blanco brillante de las sábanas puestas a secar? ¿Un lugar, un camino, una familia?

Algunas veces pienso que estos últimos seis años han sido como vivir en una casa con patas de gallina como la que leí tenía la bruja de un cuento. Esta singular vivienda se encontraba dentro de un bosque, se movía bailando de un lado a otro y estaba llena de semillas y de aprendizajes. Cuando la joven del cuento logró salir con vida de ahí, llevaba en las manos el obsequio de la bruja: un palo con una calavera llameante en lo alto. Con ella pudo alumbrar su camino, encontrar su casa y vencer a los enemigos que le impedían sentirse en casa como en su hogar.

Me pregunto si en lugar de que la bruja de mis miedos de niña me encontrara, no la habré encontrado yo a ella. Total, bien que sé a que lejano rincón logré enviarla con mis engaños. Sí, tal vez he vivido por fin en “la casa de la bruja” (de niñas, mis hermanas y yo le llamábamos así a la cabaña semiderruída del rancho en donde jugábamos al club de escritura, pintura y teatro). La casa de la bruja…vaya lugar, vivir cara a cara con los temores fue para mí como abrir por fin esa puerta detrás de la cual se anuncia un mundo terrorífico, para descubrir que por fortuna se trata de un camino fascinante.

Ahora que pude aprender en ella, yo misma puedo regresar a casa y sentir que tengo en mis manos mi propia seguridad. Y tal vez no sean flores, ni colgantes, ni agradables sensaciones evocadas mis preciados amuletos para el camino, sino una calavera radiante de luz en medio del bosque.