jueves, 25 de septiembre de 2008

Brujas en mi casa


Jamás he acostumbrado colgarme nada del cuello. Me gustan los collares y tengo algunos lindos, pero al igual que las pulseras y lo aretes, llega un momento en que sólo quiero sacármelos de encima. Ahora que me fui de viaje encontré un cadena delgada con un dije de plástico. Es transparente y tiene rosas silvestres pintadas. Me encantó. Ahora lo tengo puesto y me siento como mágica, como poderosa. Cuando era niña y me moría de miedo por la posible bruja que vendría por mí, inventaba letreros mágicos que le indicaban que yo vivía en una dirección contraria a la de mi casa, a miles y miles de kilómetros de distancia. Así podía sentirme aliviada por un rato. Después, una bruja de verdad: Catita, me regaló una muñeca de trapo. Me dijo que si dormía todas las noches con ella me sentiría a salvo. No siempre me sentí a salvo, pero Perla me acompañó durante muchos años, mudanzas y viajes de paseo.

Después de tantos cambios de domicilio ahora sé que mi casa es el lugar en donde me sienta segura. ¿Un patio oscuro y húmedo, amplio y con olor a hierba? ¿Una habitación luminosa en donde se escuchen risas? ¿Una hoja en blanco y una caja de colores de esas que tienen una Blanca Nieves estampada de un lado y una bruja amarilla del otro? ¿Una capilla que huela escandalosamente a nardos y a mujeres de pueblo? ¿Mi casa es una tela de algodón con la que se puede vestir muñecas, hacer cortinas nuevas o sacar cuatro trapos de cocina; es una caja de galletas? ¿Es el ronroneo de mi gata o el blanco brillante de las sábanas puestas a secar? ¿Un lugar, un camino, una familia?

Algunas veces pienso que estos últimos seis años han sido como vivir en una casa con patas de gallina como la que leí tenía la bruja de un cuento. Esta singular vivienda se encontraba dentro de un bosque, se movía bailando de un lado a otro y estaba llena de semillas y de aprendizajes. Cuando la joven del cuento logró salir con vida de ahí, llevaba en las manos el obsequio de la bruja: un palo con una calavera llameante en lo alto. Con ella pudo alumbrar su camino, encontrar su casa y vencer a los enemigos que le impedían sentirse en casa como en su hogar.

Me pregunto si en lugar de que la bruja de mis miedos de niña me encontrara, no la habré encontrado yo a ella. Total, bien que sé a que lejano rincón logré enviarla con mis engaños. Sí, tal vez he vivido por fin en “la casa de la bruja” (de niñas, mis hermanas y yo le llamábamos así a la cabaña semiderruída del rancho en donde jugábamos al club de escritura, pintura y teatro). La casa de la bruja…vaya lugar, vivir cara a cara con los temores fue para mí como abrir por fin esa puerta detrás de la cual se anuncia un mundo terrorífico, para descubrir que por fortuna se trata de un camino fascinante.

Ahora que pude aprender en ella, yo misma puedo regresar a casa y sentir que tengo en mis manos mi propia seguridad. Y tal vez no sean flores, ni colgantes, ni agradables sensaciones evocadas mis preciados amuletos para el camino, sino una calavera radiante de luz en medio del bosque.

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