lunes, 20 de abril de 2009

Sobre ruedas

El trayecto en autobús de La Riviera Maya a Mérida, son cinco horas de viaje en una congeladora con llantas. Estoy vestida con un pants, calcetines, chamara con capucha, otra chamarra sobre mis piernas y un chal. Están pasando la segunda parte de la película de Bambi y de vez en cuando la veo, como en este momento en que al príncipe del bosque redescubre la alegría junto a su pequeño huérfano, justo al nacer la primavera. Me sueno la nariz porque estuve a punto de llorar y continúo. Primera vez que escribo desde un autobús, planeaba capturar conceptos importantes para mi curso de mañana temprano, pero hay tanta emoción dentro de mí, que no puedo dejar de volar y en estos casos, la única forma efectiva de aterrizar que conozco, es escribiendo.


¿Qué me emociona? Haber pasado dos días hermosos con mi familia. Ahora que mis hermanas se casaron y tienen hijos me siento todavía más cerca de mis padres. Ellos y yo somos una familia, pero también soy una adulta y es interesante cómo interactuamos ahora, cómo hay ternura y fronteras, respeto e intimidad. Me gusta mirarlos, en el viaje en la camioneta, mientras ellos pensaban que yo leía, los observaba platicar con rostros sonrientes y buen humor, tomados de la mano, como suelen viajar desde hace más de 33 años.


También compartí estos días con la familia de mi hermana Cecilia. Ellos me han adoptado también. Mi cuñado es mi gran amigo desde antes de que ellos fueran novios y su pequeña Maricarmen es la bebé de quien más he estado cerca. Ella misma, cuando cuenta a los miembros de su familia y enumera a sus papás y a su hermanita, se pregunta al final…¿y tía?


Estos días pude dormir profundamente, comer rico, leer “La suma de los días” de Isabel Allende, conmoviéndome cada dos páginas, reírme con mi familia y decirle muchas palabras de amor a la pequeña Bebelú… (Los bebés, igual que las plantas y las personas, crecemos cuando nos dicen palabras de amor. No sé porque alguien nos hizo creer que la manera de madurar es con regaños) Admiro a mi hermana, creo que no encuentro una palabra mejor para describirla que “chingona” tal joven y con una familia tan hermosa. Tía incluída.


Pero bueno, creo que lo que más disfruté es este mirarme a mí sintiendo esta magia tan fuerte que me toca cada día. Las personas extraordinarias con las que me encuentro, las oportunidades que se presentan, las ideas que surgen. Este entusiasmo que no se termina. Nunca mi vida había tenido un sentido tan claro. Todavía a principios de año no tenía yo la menor idea de lo que quería hacer con ella y ahora…como si me hubiera nacido un niño largamente esperado, todos mis días están dedicados a criarlo, admirarlo y verlo crecer, soñando un futuro extraordinario para él.


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